El problema siempre es el equilibrio.
Nos movemos en ámbitos tan subjetivos que cualquier pequeña
variación provoca un terremoto a escalas incontable. Las reacciones
se miran con lupa y cualquier mínima sensación se extrapola a
consecuencias delirantes. Entre tensión y distensión tiramos de la
cuerda. Jugamos con el tiempo, cómo si fuese de arena ,
ralentizándose hasta perder la noción o acelerándolo echando a
suertes a quién le toca pararlo. Abrimos el telón, salen los
actores y nadie se quita la mascara. Representamos el rol que nos
pertenece y actuamos como mejor podemos. Cuando acaba la función
somos completos desconocidos que algún día llegaron a conocerse.
jueves, 25 de diciembre de 2014
lunes, 22 de diciembre de 2014
Nunca decir Adiós.
Tu problema es que no provocas muerte
por sobredosis. Abusar de ti es la ley que marca el inicio de los
días y no probarte a cada rato es lo más parecido que conozco al
pecado. No traes prospecto médico, ni libro de instrucciones o
cursillo de funcionamiento. Subir a tu espiral es el diluyente de mi
voluntad, entregando mi consciencia para tu uso y disfrute personal.
Los adjetivos calificativos se pierden en el diccionario cuando
intento hacer la lista de defectos mentales que nos suceden. Las
letras se caen del mis papeles cuando empiezo a tomarte. La adicción
la definiste tu.
viernes, 19 de diciembre de 2014
Sigo de rave
La verdad llama a mi puerta
intentando echarla abajo con golpes tan fuertes que resuenan en toda
la habitación. Apagó la luz y enciendo lo que queda de razón en el
cenicero. Observo con temor como el humo me rodea con esa fina
película de ilusión que hace que embobe como un bebe con un
sonajero. No salgo de mi abstracción hasta que oigo la puerta
desplomarse contra el suelo. Ante mi aparece ella, con rostro severo,
como si hubiese llegado la hora de ajustar cuentas. Me limito a
asentir, a rendirme antes de entrar en una discusión que esta
perdida. Ella vocifera, grita y rompe los cristales, tira la vajilla
y blasfema ante mi. Tras la escena sale por donde entró y no da un
portazo porque la derribó. Me deja con el polvo levantado, con el
alma por los suelos y el corazón listo para comenzar a olvidar.
miércoles, 17 de diciembre de 2014
1 de Febrero.
“Si no me necesitas, yo tampoco te
necesito a ti”. Esa fue la despedida que me brindaste en aquella
cafetería que visitábamos los domingos. Te levantaste y no volviste
la cara hasta que paraste al taxi, hasta que en un micro segundo tus
ojos se reflejaron en los míos y entraste en el coche. Esa mirada
inquisidora, dolorida, acusadora. Le pondría mil adjetivos
calificativos a esa expresión de odio que salio de tu ojos en el
último momento. Me quede mirando el fondo de la taza de café como
si el tuviera la respuesta al problema. Tras 5 minutos observando el
estancamiento de las penúltimas gotas de café decidí irme, por mi
bien y por el de los pocos clientes que me miraban contemplar la taza
de café esperando que apareciese un genio de ella. Pagué
religiosamente mis café y el tuyo, que para colmo ni probaste, ni
mucho menos te dignaste a pagar. Al salir a la calle llovía, mejor
dicho diluviaba, porque cuando llueve no se inundan las papeleras.
Paseé lentamente bajo el diluvio en dirección a mi casa, ese
pequeño cuartucho de la calle 33 donde residía. El hecho de caminar
mojándome era una costumbre infantil, una manía de esas tan odiosas
que nunca te desprendes, como levantarte con el pie derecho o
dormirte escuchando música. Lo enfoque como si fuese una penitencia,
una de muchas otras que me ocurriría aquel mes de Febrero y que yo
aún no tenía ni idea de que aquellos 28 días serían los últimos
de mi vida.
domingo, 14 de diciembre de 2014
Tenemos que habra de ti.
Espero impaciente que me salte tu
nombre en la pantalla y así darme cuenta de que no solo yo sigo
pensando en ti. Pasan los minutos y reduzco el tiempo a hacerlo pasar
hasta que te manifiestes, que suene el teléfono y sea tu voz la que
habla desde el otro lado. Agoto la monotonía diaria con la sensación
de que la desperdicio. Se me empiezan a saltar las lágrimas cuando
veo alguna foto, algún reducto de imaginación que se pierde sin
remedio, sin que yo mismo lo pueda evitar. Empiezo a pensar que mi
memoria tiene un agujero por donde se le van los recuerdos y cada día
que no éstas se va quedando más vacía. Siento escalofríos cuando
me doy cuenta de que ya no éstas y por un minuto olvido tu rostro.
Ese minuto no es más que la separación inconexa de mi y de ti, de
lo único que me queda para seguir. Abandono las ideas cuando suena
el móvil, cuando la luz destella y detrás de esa pantalla me dices
“sigues ahí”.
miércoles, 10 de diciembre de 2014
Cuando nos quedamos sin azúcar.
Cuando todo funciona por impulsos
eléctricos lo normal es pensar que pasará cuando falte la
electricidad. Si la energía se termina antes de tiempo y nos deja en
un impulso infinito donde no se reconoce ni el principio ni el final.
Si nos quedamos parados en la nada de lo infinito, en las lindes del
movimiento, a la espera de que vuelva algo que sabemos que no lo
hará. Por ese motivo nos volvimos reacciones a contaminarlos y
entregarnos por completo a algo que no sabíamos muy bien cuando se
pararía, cuando se nos iría la luz. Recurrimos al viejo dicho de
que mientras ande funciona, mientras gire que no pare la música, que
ya seguiremos nosotros bailando. El remedio fue peor que la
enfermedad y nunca nos era suficiente. Empezábamos con café y
terminábamos con las copas como los borrachos de fin de semana.
Empezábamos por rozarnos las manos y acabamos sin ropa mirándonos a
los ojos entre suspiros y olor a tabaco. Acabamos por volvernos
ciegos y no pensar cuando se iría la electricidad, por que para
sernos sinceros, ya sabíamos que la teníamos dentro.
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